Ir al contenido principal

Más simple que frágil

Mientras más me acerco, mi corazón se ensancha. Antes, solo quería que pasara pronto, pues nunca sucedía nada especial. De hecho, cuando era pequeña, me emocionaba tanto como ahora, y no por los regalos -bueno, quizás un poco-, pero lo que en realidad me quitaba el sueño una noche antes, era quedarme pensando quiénes se acordarían de ese pequeño globo rojo, tan frágil como una burbuja y libre como una verdad.

Sin embargo, cuando finalmente llegaba el día, me despertaba de un salto, escuchaba voces en la sala, bajaba las escaleras, y allí estaban ellos, haciendo lo suyo como cualquier día. Me les ponía en frente y algo tímida decía: ”¡hola!”; ellos volteaban, me sonreían y, finalmente, terminaban acordándose en ese momento, o al menos eso me hacían creer.

Algunos no dejaban que sus sentimientos se expresen en palabras - pues era extraño en aquel entonces-, pero otros, especialmente mamá, me hacía sentir lo especial que era para ella estar juntas un año más. “Mi negris”, decía, antes de llenarme de todo su amor. Mientras tanto, el “gordito tierno”, que es mi papá, aún no tiene claro qué día vio por primera a su fotocopia.

“Te voy a demandar, vas a ver”, le decía al finalizar el día. Él no entendía y se reía. Cuando finalmente le hacía recordar –y esto ha pasado desde que tengo uso de razón hasta el día de hoy, me abrazaba, me pedía disculpas, y él seguía riendo. Comprendí  con el tiempo, en alguno de esos momentos de falta de memoria a largo plazo, que sin importar las circunstancias, lo que realmente vale es la actitud final. Y él siempre ha sido así: simple.


Es así que me contagié de lo simple, aprendiendo y viviendo a diario como un globo libre más que frágil. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Zen Zen

Este es el inicio de un nombre “raro” con algunos toques chinos. Dicen que "Zendy” es un nombre tan extraño que no saben si suena dulce o misterioso, o quizás tiene de ambas. Cuando han deseado saber su procedencia, los he decepcionado diciéndoles  que no tiene significado alguno, pues un día lluvioso, según cuenta mi madre, mientras se encontraba leyendo, un colibrí se posó por varios minutos sobre el libro que tenía en el vientre, justo en la palabra Zen. Ella quedó fascinada, y así fue que decidió incluirla dentro del nombre que ya había estado rondando por su cabeza. Nací, toda sambita, por cierto, y con el tiempo, mi nombre ha ido cambiando aún más. Para algunos soy  ”Zeny”, para otros, ”Zen”, y si quieren volver a ser niños, me llaman “Zen Zen”. ¡Esa soy yo! No les niego que he considerado volver a preguntarle a mi madre, si la historia que me contó era cierta o no, pero creo que es mejor seguir pensando que lo fue. Si bien es cierto, eso no aclara el signi...

Lo de siempre, por favor

Allí estaba yo, sentada, mirando el infinito del mar. No sentía lo mismo que antes; esta vez, estaba cansada, muy agotada. Cerré por unos momentos los ojos y me dejé acariciar, nuevamente, por la brisa del viento. Mientras lo hacía, sentí las voces de dos jóvenes al lado. Él le decía: “Me encantas”, pero Ella solo asentía con la cabeza y trataba de dibujar algo parecido a una sonrisa. ¿Que cómo lo sé si tenía los ojos cerrados? Pues Él se lo dijo: “siempre lo haces (…)”. Mientras mantenía los ojos cerrados, el mozo finalmente decidió acercarse a mí con una sonrisa cálida,  y preguntó qué iba tomar; “lo de siempre”, le dije. Él no tuvo más remedio que mostrar todos sus dientes, tras alargar aún más esa curva feliz de sus labios. “Me encantaría saber qué es lo de siempre, amable señorita”, dijo Él con una nueva sonrisa, pero esta vez algo más pícara. “Bueno, lo de siempre es: un café americano sin azúcar y cualquier postre, agridulce, que me recomiendes”, esbocé, sin quitarle la ...

De camino a casa con un gato

Mientras caminábamos de regreso a casa, él no dejaba de mirarme. Yo mantenía la mirada al frente, pues si volteaba hacia él, mis ojos delatarían lo frágil que me sentía en ese pequeño momento. Sus manos empezaron a acariciar las mías y el viento, sin quedarse atrás, hacía lo suyo con mi rostro. “No lo merezco”, me decía, pero él, sin decir una sola palabra, decía lo contrario. Yo lo sabía, porque podía escucharlo. De pronto, sentí unas pequeñas gotas débiles sobre mi rostro, entonces recordé lo bien que me hace el invierno por sus refrescantes lluvias. Mis ojos automáticamente se guardaron, mi respiración se hizo más profunda y mis labios se hicieron más largos y delgados, símbolo de la felicidad. Él no resistió más y me cobijó suavemente en sus brazos; ya había olvidado lo segura que me sentía en ellos. Nuestros pasos se hicieron más lentos, más suaves, mientras las ramas de los árboles bailaban con cautela a los lados. Saqué del bolsillo derecho mis audífonos, los conecté al c...