Mientras más me acerco, mi corazón se ensancha. Antes, solo
quería que pasara pronto, pues nunca sucedía nada especial. De hecho, cuando
era pequeña, me emocionaba tanto como ahora, y no por los regalos -bueno,
quizás un poco-, pero lo que en realidad me quitaba el sueño una noche antes,
era quedarme pensando quiénes se acordarían de ese pequeño globo rojo, tan
frágil como una burbuja y libre como una verdad.
Sin embargo, cuando finalmente llegaba el día, me despertaba
de un salto, escuchaba voces en la sala, bajaba las escaleras, y allí estaban
ellos, haciendo lo suyo como cualquier día. Me les ponía en frente y algo
tímida decía: ”¡hola!”; ellos volteaban, me sonreían y, finalmente, terminaban
acordándose en ese momento, o al menos eso me hacían creer.
Algunos no dejaban que sus sentimientos se expresen en
palabras - pues era extraño en aquel entonces-, pero otros, especialmente mamá,
me hacía sentir lo especial que era para ella estar juntas un año más. “Mi
negris”, decía, antes de llenarme de todo su amor. Mientras tanto, el “gordito
tierno”, que es mi papá, aún no tiene claro qué día vio por primera a su
fotocopia.
“Te voy a demandar, vas a ver”, le decía al finalizar el
día. Él no entendía y se reía. Cuando finalmente le hacía recordar –y esto ha
pasado desde que tengo uso de razón hasta el día de hoy, me abrazaba, me pedía
disculpas, y él seguía riendo. Comprendí con el tiempo, en alguno de esos momentos de
falta de memoria a largo plazo, que sin importar las circunstancias, lo que
realmente vale es la actitud final. Y él siempre ha sido así: simple.
Es así que me contagié de lo simple, aprendiendo y viviendo a diario como un globo libre más que frágil.
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