Nos sentamos a tomar un café y él no dejaba de mirarme. "¿Sabrá que es tan obvio?", me dije en silencio mientras mantenía la mirada en mi pequeña taza de café. El mozo se acercó a nuestra mesa y nos trajo los postres que él había pedido; enseguida mis ojos se abrieron de emoción, lo miré y le sonreí. "¡Qué genial es verte así!", soltó de pronto; obvio, no le respondí, pues era evidente que estaba algo avergonzada. Pasaron unos segundos y alguien llamó a su celular, él vio quién era, se disculpó y tomó la llamada.
Me limpié los labios y empecé a mirarlo fijamente, así como él lo había hecho en un principio. Al darse cuenta que lo miraba, dibujó un pequeño puente feliz en sus labios y al instante colgó.
- "¿Era ella, verdad?"
- "Sí, era ella, pero vamos, no quiero hablar de eso ahora, prefiero seguir deleitándome en ti viéndote disfrutar tu postre que casi desaparece de tu plato, y si te falta, yo sacrifico mi torta de chocolate", dijo tan frescamente que logró ganarse con casi todos mis dientes que provenían de una larguísima sonrisa, de aquellas que casi nunca salen porque luego terminan doliéndote.
- "¿Te dije que te amo?"
- "Sí, lo dijiste alguna vez", le contesté.
- "Bueno, hoy te amo más que nunca por no perder esa dulzura, cariño", dijo envolviéndome en su profunda mirada.
Me quedé callada por unos segundos, moví los labios de un lado a otro, volví a mirar la pequeña y vacía taza de café que había dejado sobre la mesa y luego sonreí como de costumbre, dejando libre al pequeño suspiro que se rehusaba salir. Luego alcé la mirada y traté de responderle:
- "Cómo no perder esa dulzura de la que hablas si vivo rodeada de deliciosas y dulces creaciones que se hacen llamar postres. Aquí me tienes desbordando dulce de azúcar".
Después de contestarle, cerró los ojos, dibujó una pequeña sonrisa en su rostro, me acercó hacia él y luego selló un beso suyo en mi frente.
- "Cómo no perder esa dulzura de la que hablas si vivo rodeada de deliciosas y dulces creaciones que se hacen llamar postres. Aquí me tienes desbordando dulce de azúcar".
Después de contestarle, cerró los ojos, dibujó una pequeña sonrisa en su rostro, me acercó hacia él y luego selló un beso suyo en mi frente.
- "¿Pedimos la cuenta, mi dulce morena, o prefieres que sigamos endulzándonos?"
- "La segunda opción me sabe muchísimo mejor", dije.
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