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Sentenciada?

Qué grandes eran los pasillos de ese palacio, el techo casi tan alto como el cielo, las columnas parecían poder sostener el mundo entero, nunca me había sentido tan pequeña como entrando al castillo del rey

Pero hubiera querido entrar como alguien que ha ganado una gran batalla, no atada de pies y manos, harapienta y sucia, sintiendo como alfileres clavándose en mi piel las miles de miradas que seguían mis pasos, unas de desprecio, otras de compasión.
Oía los murmullos de la gente, las risas y las burlas, y en el fondo de mi ser sabía que a nada podría replicar, ésta vez no tenía excusa ni mentiras que me pudieran salvar, la evidencia era tan clara que nada podría decir a mi favor.

Paso a paso en ese inmenso corredor la culpa pesaba sobre mis hombros más y más, mis ropas viejas y rotas no podían ocultar del todo mi desnudez, el aroma rancio de mi cuerpo invadía aquel lugar y quienes me veían no pudieron disimular el disgusto hacia mi fetidez, me di cuenta entonces de que llevaba años viviendo en la suciedad, ya estaba tan acostumbrado a ella que tan solo al estar en ese sitio resplandeciente pude ver qué tan manchado estaba.

Frente a unas escaleras los guardias soltaron las cadenas de mis manos y de mis pies, ellos sabían que cualquier intento de huir sería en vano… como en vano había sido mi vida entera. El juez ordenó silencio y ni el aleteo de una mariposa se lograba oír, con su voz incisiva empezó a leer de un libro cada uno de mis delitos, sentí sus palabras retumbando en mi cabeza, sentí mis piernas temblar, mi rostro ardía rojo de culpa y vergüenza, aún las cosas más ocultas, las que no creí que nadie supiera salían una a una a la luz.

Parecía que mi lista de pecados no fuera nunca a terminar, cada vez el juez nombraba cosas peores y aunque todo era cierto, ni yo mismo hubiera imaginado que un solo hombre pudiera hacer tantos horrores. En mi interior gritaba que parara, que se callara y no me atormentara más, quería huir como siempre había hecho, quería inventar otra mentira, comprar una conciencia más para poder escapar, pero sabía que ésta vez ya yo no tenía absolutamente nada que ofrecer.

Recordé cuando empecé a despreciar consejos y a hacer las cosas mal, si tan solo hubiera escuchado con atención, si me hubiera detenido a tiempo o hubiera buscado otra oportunidad, pero… en mí el deseo siempre pudo más que la conciencia, cuánto había robado y aún así siempre viví en la miseria, cuántos engaños urdí y nunca dejé de sentirme infeliz.

Empecé a temblar y mis lágrimas aparecieron al instante, me quedé inmóvil tan solo esperando que todo acabara y pronunciaran mi sentencia, estaba tan aturdida y avergonzada de mí que quise desaparecer en ese instante para dejar de descubrir cuán despreciable era ese ser, era yo.

Pero en ese momento… sentí el sonido fuerte y parsimonioso de unos pasos acercándose a mí, a pesar de tener la nariz empapada de lágrimas y mocos percibí el aroma más exquisito que había sentido en toda mi vida, mis ojos estaban nublados pero aún así sentí el resplandeciente color de sus vestidos, finos, puros, inmaculados.

El ritmo de sus pisadas no se alteró un instante, aún a metros de mí sentía una calma asombrosa de parte de él…. Apreté con fuerza mis manos y a cada segundo me sentía peor, sabiendo que era el mismo Rey quien venía escaleras abajo hacia mi encuentro. Qué podía decir yo a mi favor si ni siquiera podría levantar mi rostro y verle cara a cara? qué artimaña podría servirme ante quien todo lo sabe y conoce de sobra la evidencia en mi contra?

Sin decir nada, quizá solo con un gesto ÉL ordenó silencio de nuevo y hasta el mismo juez al instante obedeció, estoy seguro que hasta los espectadores que se agolparon a la entrada del palacio podían oír mis sollozos y sentir como palpitaba mi corazón. Así terminaba mi paso por la vida, desnuda, sola, sucia, condenada y avergonzada delante del mismo Rey.

Yo seguía con mi mirada clavada en el sólido piso de mármol cuando le sentí justo frente a mí, mis lágrimas se convirtieron en llanto, mi alma estaba puesta en evidencia y aquella vida era como un libro abierto ante Él. Solo quería que pronunciara ya mi condena y poder salir a morir de una buena vez.

Pero se seguía acercando y yo no paraba de temblar, mi humillación era tal que quise nunca haber nacido, quise jamás haber visto la luz. Y el Rey seguía aproximándose, acaso…. no le importaba mi pútrido olor, no le importaba manchar sus hermosos ropajes con mis harapos sucios y percudidos? No sentía repudio hacia mi hedor, no le causaba nauseas mi absoluta culpa y mi suciedad?

Ya estaba tan solo a un paso y los guardias se apartaron, dejándonos solos en medio del salón, de nuevo sentí miles de miradas clavándose en mi ser, quizá todos anhelaban con ansia oír de la propia voz del Rey la condena a muerte a ese despreciable ser, que era yo.

Fue entonces cuando sus brazos se extendieron y con manos abiertas se acercó sin pronunciar palabra. Sentí cómo me apretó con fuerza contra su pecho y puso su boca sobre mi cabeza, besando mi sucio y maloliente cabello, yo…. yo quedé sin respiración. Las pocas fuerzas que me quedaban se fueron por completo y aún así Él me sostuvo, con más fuerza me abrazaba y con su calidez logró que mi cuerpo dejara de temblar.
Y no… no le importó mi grotesco olor, no le importó que su hermoso vestido se machara con mis harapos, no le importó que mis lágrimas mojaran su pecho ni que millones de ojos vieran cómo el mismo rey abrazaba a la peor de las delincuentes.

Me tuvo entre sus brazos tan fuerte, tan cálido, me abrazó como solamente puede un padre abrazar a su hijo, como nunca nadie lo había hecho conmigo, jamás.

Acercó su boca a mi oído y aún abrazándome susurro “Tu deuda ya fue pagada, no tienes nada que temer”.











Gracias Alejandro A.

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